Durante toda su carrera se ha ocupado de destacar y elogiar la función que cumple el hospital público. El hospital público brinda la posibilidad de asistir a aquellos con reducidos recursos, en donde los médicos se esmeran para que reciban no solo una correcta atención médica, sino una atención con el corazón, con humanismo, sin que se sientan disminuidos. La atención ofrecida es muy buena. La responsabilidad y la capacitación de los profesionales, en general, son óptimas. Hay quejas, carencias, “El cargo que más me place es el de médico de un hospital público” pero multitud de éxitos contra la enfermedad y la muerte.
¿De dónde surge su vocación y a quién considera su maestro?
Desde el primer año de la Facultad empecé a ir al hospital. En mis comienzos era obligatorio cumplir con un período como vacunador, así que estando en cuarto año, y después de rendir Semiología, pedí autorización para aprender a aplicar inyecciones. Esto me llevó a la sala 7 del Hospital Alvear, en donde me quedé por muchos años.
El Jefe de esa sala, el Dr. Lucio Sanguinetti, era un extraordinario semiólogo y clínico que conocía a todos los internados. Diagnosticador asombroso, de él aprendí que venga por lo que viniere un enfermo, se lo debía revisar desde el cabello hasta la uñas de los pies. De otra manera, uno no podía llamarse Clínico. También aprendí que cuando un enfermo se deriva a otro Servicio, se lo debe seguir. Y que cuando es enviado a cirugía, lo ideal es estar en el acto quirúrgico para comprobar la veracidad o el error de la presunción diagnóstica. Así como hacer el estudio anatómico, si la evolución es lamentablemente desfavorable.
¿Qué le gustaría destacar de sus 65 años de práctica médica?
En el Hospital Ramos Mejía nos reuníamos una vez por semana durante 10 años, colegas de distintas especialidades con el doctor y psicoanalista Justiniano Achával, para evaluar los problemas de la relación médico–paciente. Justiniano, simple y brillante, me dejó una marca imborrable en la comprensión del paciente enfermo. Apliqué sus enseñanzas en el Servicio. Me presentaba los sábados a las 12 en el medio de una sala e instaba a los internados a que manifestaran las dificultades que habían tenido durante la semana, escuchándolos pacientemente. Llegué a la conclusión de que era el mejor ansiolítico y antidepresivo. En los últimos años, las recorridas de sala, las hacía acompañado de dos psicólogos. Al término de las mismas, invitaba a los pacientes a criticar nuestras conductas.
Recuerdos del Hospital Fernández
En otros temas, fui uno de los firmantes de la Fundación del Hospital Fernández junto con los Dres. Adolfo Lizarraga, en ese momento director del hospital, y Miguel Margulies. Por invitación especial integré la comisión de la Academia Nacional de Medicina para la certificación y recertificación de títulos. También, fui presidente del Comité que celebró el centenario del Hospital Fernández en el año 1988 y que me llevó a publicar un artículo en el diario Clarín con el título “Por qué quiero al hospital público, los cien años del Fernández”.
Campaña de concientización del SIDA
En 1986, ese mismo diario me había entrevistado por el problema del SIDA en los hospitales. En esa ocasión, redacté un mensaje dirigido a los portadores del virus instándoles a que se unan a la lucha contra esa enfermedad. Este mensaje fue tomado por el gobierno de la provincia de Buenos Aires que lo distribuyó en distintas concentraciones y en la ruta balnearia durante el verano. Hoy, insistiría con que no solo las autoridades sanitarias, sino también las empresas comerciales, la industria farmacéutica, es decir la sociedad toda, debe divulgar que los individuos en situación de riesgo necesitan controlar su serología. Además, les recomendaría a las personas con diagnósticos positivos que no duden en tratarse, porque el SIDA hoy tiene tratamiento. Y, la divulgación, permítame apuntarle, hay que hacerla reiteradamente en estadios, clubes deportivos, emisiones de radio, televisión, teatros y salas de espectáculos.
Su consultorio está rodeado de portarretratos que muestran una hermosa familia.
Sí, claro. Mi esposa, Sarita, con la cual estoy casado hace 57 años, es el factor más trascendente de todo lo positivo que yo puedo mostrar. Nuestros mellizos, Moisés y Ariel, gerontólogo uno e ingeniero industrial el otro, talentosos, brillantes y amorosos hijos; mis nueras Silvina y Eliana, hermosas personas que nos cubren de afecto y solidaridad, y finalmente el premio mayor: cinco nietos: Andrés, Michelle, Melina, Tomás y Magalí que hacen fácil nuestra vejez. Durante toda mi vida como médico he destinado tiempo y espacio para disfrutar de mi familia sin entorpecer mi labor profesional.
¿Cómo se sintió con la repercusión generada a partir de la publicación de su foto en twitter destacando su trabajo Ad Honorem a los 91 años?
Sorprendido, pero muy sorprendido. Todos estos años he cumplido una tarea que me gusta, que disfruto enormemente. Jamás entró en mi imaginación que me elogiaran por ello o que mereciera una distinción. No obstante, le digo que fue una linda caricia. Creo que lo manejé bastante bien al no aceptar la cantidad de invitaciones a la televisión y la radio. Con Laboratorios Andrómaco acepté porque es una publicación que circula entre médicos.
Cómo es que aún jubilado hace 27 años, sigue asistiendo todos los días al hospital?
Ya lo había decidido cuando estaba en la actividad oficial. Antes de que me llegara la notificación de fin de mi actividad solicité por nota al Director del Hospital y a todos los jefes de Servicio la autorización para seguir concurriendo a las actividades que practicaba estando a cargo de la División. Y en eso sigo. Asisto a los ateneos de gastro, endocrino, nefro, cardio, infectología, clínica médica, y recorridas semanales por clínica médica B. Además, dos veces por semana soy oyente en consultorio externo de diabetes y neumonología y un orgulloso alumno de ex médicos residentes de mi servicio.
"Soy yo el que precisa al hospital. Sus integrantes no me necesitan. Cada día que vengo, aprendo. El contacto con sus jefes, los médicos de planta y los jóvenes residentes –muchos de ellos brillantes y con importante futuro– me dejan algo”. Dr. Schapira
Su experiencia debe ser muy valorada en el establecimiento
Por favor, a no equivocarse. Soy yo el que precisa al Hospital. Sus integrantes no me necesitan. Cada día que vengo, aprendo. El contacto con sus jefes, los médicos de planta y los jóvenes residentes –muchos de ellos brillantes y con importante futuro– me dejan algo. No obstante, sin falsa modestia, algo mínimo debo aportar y quizás sea la explicación de haber sido invitado este año por el comité de docencia a participar en la recepción de nuevos residentes y concurrentes.
¿Qué puede decirnos de su actividad como docente?
Fui ayudante y docente de la UBA durante mi ejercicio en el Ramos Mejía. Además, cumplí un período en la Facultad de Medicina del Salvador como profesor adjunto. Más adelante, mientras organicé en el Fernández las cátedras de Medicina I, II y III con una característica poco habitual en la que el profesor titular y los tres adjuntos, además de dictar clases teóricas tenían una comisión de trabajos prácticos por semana. La preocupación siempre fue impulsar una ética en la práctica diaria, cualquiera fuese el temario médico que se abordara. Y siempre lo resaltan los profesionales, en los encuentros posteriores a su graduación. En el año 1992, el Consejo Superior de la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador me confiere el diploma de Maestro en Medicina. En el año 2011 el de profesor emérito.
¿Usted se considera un Maestro?
Cuando me entregaron ese honroso premio, me pregunté lo mismo: ¿soy un maestro? No había pensado que lo fuera. Gratamente recibí muchas notas de aceptación y expresiones de colegas jóvenes y de alumnos que consideraban que habían aprendido algo que influyó en su formación, en su ética profesional. ¿Será que son los discípulos los que a uno lo califican? El saber no es nada si no se tiene la facultad y la voluntad de transmitirlo. Y entonces Maestro sería el que adquiere el saber y que con amor lo desea transmitir a quien quiera ser su alumno. Con esto hago mía una reflexión de Chávez: “caminar por la vida con la avidez de un estudioso y con el gesto del sembrador que lanza con mano abierta su grano”.
¿Cuál es su mensaje para los médicos en ejercicio, en especial a los más jóvenes?
Aprovechar el hospital desde que están cursando la carrera. El hospital es una gran academia. y todos sus integrantes tienen temas para enseñar. Estudiar con método y hacerlo de por vida, si se pretende seguir actuando. Respetar al paciente y a su familia. Comprender su malestar y su conducta. Si lo desborda, debe saber pedir ayuda para enfrentar las dificultades.
Y como esta pregunta marca el final de la entrevista me gustaría recordar la plegaria de Maimónides, que en la Universidad de Navarra aconsejan leerla antes de iniciar la labor de cada día. Solo algunos párrafos:
“Todopoderoso, alumbra mi cerebro para que perciba todo lo visible y palpe y detecte todo lo invisible y recóndito, que no entienda mal lo que veo, que no caiga en la arrogancia. Permite que mi conciencia esté siempre abierta, que junto al lecho del paciente nada distraiga mi atención, que nada me perturbe mientras realizo mi silenciosa tarea…” Termina diciendo, “no permitas que despierte en mí, la sensación de que ya sé lo suficiente y por el contrario, dame más y más conocimientos para poder aprovecharlos y con ellos acercarme a los que sufren y necesitan ayuda”.
Y me permito sugerir que los agnósticos también lo lean y se lo dirijan a sí mismos.