Natación, atletismo, tenis, todo se puede practicar cuando hay garra
y espíritu. Tener una discapacidad no es un impedimento para desarrollar una pasión o una vocación. El camino es más complejo y
arduo, sí, pero lo es porque es a la mirada y a la norma convencional
a la que le cuesta acondicionarse.
Entre ruedas y raquetas
Uno de los deportes adaptados que más está creciendo a nivel global es el
tenis. El argentino Gustavo Fernández, tercero en el ranking mundial, es uno
de los jugadores más admirados a nivel internacional. Sus éxitos en la cancha impulsaron aún más un semillero que crece y se esfuerza por ser cada
vez más competitivo. La AATA (Asociación Argentina de Tenis Adaptado) es la
institución que busca y promociona a jugadores y jugadoras de todo el país
para ayudarlos a profesionalizarse.
¿Hay mucha diferencia entre el entrenamiento de tenis adaptado y el convencional? “El tenis es un juego mental en todas sus formas, como son la
mayoría de los deportes de alta competencia. En un partido, la mayor parte
del tiempo es tiempo muerto; ya sea entre punto y punto o en los cambios de
lado, y entonces es muy difícil que llegue a desarrollar un buen nivel el que
no usa la cabeza en beneficio propio. Por lo tanto, el entrenamiento en silla
de ruedas es el mismo que el de un tenista convencional”, explica el entrenador de Gustavo, Jonathan Abadie, quien también prepara y acompaña a los
deportistas presentes en este artículo.
En el rubro femenino, Florencia Moreno ocupa el puesto 14 del escalafón,
fue la primera tenista argentina en participar de un Grand Slam, en el último
Abierto de Australia, y entrena fuerte para competir en el próximo Roland
Garros. Comenzó a jugar de grande, cuando abrieron la primera escuela de
tenis adaptado en Cañuelas y buscaron personas con discapacidad que quisieran jugar. “Empecé a practicar a los 24 años, como hobby, para hacer algo.
Yo estudiaba y trabajaba, pero no hacía deporte. Dejé de hacerlo a partir del
accidente en el que perdí la pierna, a los 11. En 2017 ya había competido y
sentí la necesidad de entrenar más, así que hablé con la selección argentina
y me uní a ellos”, recuerda. Hoy, a los 33 años, Florencia viaja todos los días
desde Cañuelas a la Ciudad de Buenos Aires para entrenar en el ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), visita a la
nutricionista o a la kinesióloga y estudia para contadora pública en los pocos ratos libres que le quedan.
Otro que viaja a diario, desde Chivilicoy, es Matías D’Agosto,
que recién terminó el secundario y llegó al puesto 16° en
la categoría junior. Gonzalo Lazarte, tucumano, séptimo en
ese ranking, dice que lo más le costó fue adaptarse a la
silla de ruedas, porque no usa una para trasladarse. “Tuve
que aprender a moverme sobre la silla para jugar al tenis.
Quienes la usan en la vida diaria ya tienen incorporados los
movimientos de los brazos, y yo quería caminar o moverme
en la cancha, fue todo un aprendizaje”, explica.
A Gonzalo lo invitó a jugar su compañero, Benjamín Viaña,
que está 12º en el ranking junior. Juntos transitan el último año del secundario en Tucumán. Practican tenis en su
provincia natal tratando de seguir la misma línea de entrenamiento que se da en la Capital, aunque cada dos semanas viajan y tratan de integrarse lo más rápido posible a las
prácticas del ENARD.
DEL PATIO AL ESTADIO |
Las guerras, entre atrocidades varias, son grandes
productoras de amputaciones y lesiones graves. En plena
Segunda Guerra Mundial, luego de huir de la Alemania nazi
y radicarse en Inglaterra, el neurólogo Ludwig Guttmann
se dedicó de lleno a curar e integrar a sus pacientes a
la sociedad como miembros útiles y respetados a pesar
de tener altos grados de discapacidad. Instalado en el
Hospital de Stoke Mandeville (Buckinghamshire), Ludwig
alentó a sus pacientes a realizar deportes organizando
pequeños torneos. El entusiasmo fue tal que el 29 de
julio de 1948, aprovechando que se realizaban los
Juegos Olímpicos en Londres, Guttmann invitó a unos
pacientes del Hospital Richmond a competir en tiro
con arco y lanzamiento de jabalina. En total, fueron 16
atletas, y fue el inicio de los Juegos Stoke Mandeville.
Año tras año se fueron sumando más competidores, más
deportes no convencionales y más países.
Así fue como en 1960 los “International Stoke Mandeville
Games” se celebraron junto con los Juegos Olímpicos en
Roma, en forma oficial, y aunque recién se denominaron
“Paralímpicos” en 1984, se considera aquélla su primera
edición.
Argentina fue el único país de Latinoamérica y el único
hispanoparlante en enviar una delegación a Roma.
Fueron cinco deportistas –cuatro mujeres y un varón–
los que nos representaron. Todos en natación. Y volvieron
premiados. Juan Sznitowski obtuvo una medalla de oro y
una de plata; Beatriz Perazzo, una de oro; María Djukich
y Amelia Mier ganaron una presea plateada; y Beatriz
Galán, una de bronce.
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Ezequiel Casco comenzó su carrera a los 10 años gracias a
un paseo familiar. “Estaba en un shopping con mi familia,
se me acercó el entrenador Fernando San Martín y me preguntó si quería practicar algún deporte. Yo ya había hecho
básquet, natación y atletismo, me invitó a jugar al tenis y me
quedé en esta locura del semillero de AATA. Yo era el único
nene en ese entonces, todos eran grandes. Ahí empecé a
competir y a entrenar cada vez más, y así pasaron 20 añitos”, ríe Ezequiel. “Me quedé porque el tenis a la larga te da
seguridad, te deja desarrollarte y tomar decisiones”.
Inclusión en la vida cotidiana
Dado el ámbito en el que se manejan, tanto para Jonathan
Abadie como para Pilar Geijo, nadadora de aguas abiertas,
convivir con personas con discapacidad es lo más natural
del mundo. “Como entreno a diario con ellos prácticamente
no veo la silla. Supongo que el que no está acostumbrado
verá la silla al principio, pero después, trabajando en el día
a día, no la ves”, afirma el entrenador. “Conozco a todos los nadadores con discapacidad y soy amiga de todos. En el ámbito del CENARD es lo más habitual del mundo. Entre ellos
tienen una dinámica de chistes, viven su discapacidad con
mucho humor. Cuando los ves con esa actitud en la vida
diaria, la discapacidad no resalta”, explica Pilar. De hecho,
Florencia cuenta al respecto: “A mí me pasaba, y creo que a
todos les pasaba en su ciudad, que al principio en Cañuelas
era la chica a la que le faltaba una pierna, que tuvo un accidente y ahora hace un deporte. Ahora me ven como deportista. Está bueno que vaya cambiando eso. Al tenerme más
cerca, al verme a diario, pueden romper con ese estigma”.
Una manera de romperlo es, como sociedad, hacer la vida
más fácil para todos. Si las veredas, los accesos, los deportes están hechos exclusivamente para peatones, personas
videntes, con buen oído o incluso diestros, ¿por qué no abrir
el espectro para que la vida sea lo más sencilla posible para
toda la gente? “En la Argentina, sobre todo en la Ciudad de
Buenos Aires, se avanzó bastante al respecto, pero yo, que
gracias a mi ocupación viajo mucho, veo que todavía hay
mucho por hacer. En Canadá, por ejemplo, es al revés: todo
está hecho para personas que usan sillas de ruedas, bastones o andador, y además hay personas que se desplazan
con sus dos piernas”, cuenta Geijo.
LA DIFÍCIL TAREA DE CONSEGUIR SOLVENCIA |
Desde su creación en 2010, el ENARD y la Secretaría de Deporte y Turismo les otorgan becas a los deportistas de alta competencia. “Estamos muy agradecidos. Sin ese apoyo sería imposible realizar la actividad de este modo profesional, aunque
también es cierto que requiere un esfuerzo muy grande de los chicos, de sus familias y de todos los que los rodean para
solventar ciertos gastos, porque no están todos cubiertos. Además de pasajes para viajar a las competiciones y el costo de
los entrenamientos, hay otras cosas que se necesitan, como profesionales de kinesiología, de nutrición, estadías en el exterior y demás”, enumera Abadie. Y Florencia añade: “No podemos cubrir los gastos con los premios, aunque nos vaya muy
bien. Tenemos que recuperar todo lo que se invierte, por eso son muy importantes los sponsors privados. Con los premios no
llegás a mantenerte como sí puede hacerlo alguien que está en el ranking de tenis convencional”.
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Superarse es la meta
Flor, Ezequiel, Matías, Gonzalo y Benjamín coinciden en
que, al ser poquitos, se cuidan entre ellos, como una especie de familia, y que en la cancha están obligados a
tomar sus propias decisiones. Y cada uno termina reflexionando en voz alta, como en una especie de diálogo, qué
es lo que disfrutan tanto del tenis:
Florencia: “Me gusta que todos los días tenés que superarte, hacer lo mismo todos los días para pulir cada golpe
y la movilidad. Si bien hay que competir con otras personas, tu competencia es con vos mismo”.
Gonzalo: “Es así. Yo quiero hacer esto una y otra vez, quiero que me salga bien”.
Benjamín: “A mí me gusta la competencia. Cuando jugaba con amigos del colegio, les ganaba todos los partidos.
Ahora, claro, esto es más profesional”.
Matías: “Lo que más me atrapa es entrar en la cancha.
Me divierte ponerme a jugar. Y querer ganar”.
Ezequiel: “Cuando empecé, lo que más me atrajo fue la
toma de decisiones, el mejorar día a día, y saber que eso
depende de cómo y cuánto uno trabaje, uno y el equipo
que te rodea”.
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