Reflexiones Es un sentimiento, no puedo parar El Mundial de fútbol impone la palabra pasión en boca de todo el planeta. ¿De qué se trata, de dónde viene este tipo de emotividad que no admite razón ni mesura? En la vida moderna todo está planificado. Como un Tetris, la agenda personal se divide en compartimentos. Fuera del horario laboral se acomodan la clase de gimnasia, ir a buscar a los chicos a la escuela, llevarlos a inglés y a hacer deporte, el turno con el odontólogo, la visita a un familiar y la compra en el súper. El futuro parece ya diseñado, sabemos lo que está por venir. Es un tiempo pautado, un aparente continuo que tiende a alejarnos del puro presente, de esos momentos en los que nos dejamos llevar, cuando ponemos a un lado las obligaciones, aflojamos las riendas de la conciencia y damos paso a los sentimientos, a las emociones, en una palabra, a la pasión. Hay muchos tipos de pasión. Platón las catalogaba en dos categorías distintas, las del ámbito del placer y las atravesadas por el dolor, separando las que llamaba pasiones nobles, como el amor o la valentía, de las bajas pasiones. Aristóteles, más tarde, las circunscribiría todas a la órbita del placer, y no las consideraba nocivas siempre y cuando estuvieran dominadas por el intelecto. Otro aristotélico, Santo Tomás de Aquino, enumeraba las pasiones según opuestos, en términos de “apetitos” concupiscibles (amor/odio, alegría/tristeza, deseo/aversión y así) o irascibles (temor/furia). En cualquier caso, los clásicos comprendían que la pasión estaba en las antípodas de la moderación. Del mismo modo pensamos hoy el concepto de pasión, un tipo de emotividad que no admite mesura, pero que el discurso social ha convertido en el leitmotiv de actividades y acontecimientos de muy diversa índole, básicamente vinculados a la idea de disfrute. Es bueno ser apasionados, sentir pasión por lo que uno hace y experimentar, y aun “vivir la pasión” que generan determinados eventos, por ejemplo, sin ir más lejos, el Mundial. La pasión, aunque pueda ser duradera, ocurre en el aquí y ahora, no tiene un anclaje en el pasado ni se proyecta en el futuro, no sabe de agendas ni de responsabilidades, no es un tiempo planificado y, en condiciones ideales (un amor a primera vista o un gol sobre la hora) puede resumir toda la eternidad en un único y milagroso instante. El tiempo, entonces, se detiene. Todo queda concentrado en un solo objeto de deseo, que puede ser la persona amada o, eventualmente, una pelota de fútbol, quién la tiene, a quién se la pasa, la imperiosa necesidad de que entre al arco rival y permita acceder al verdadero clímax: gritar el gol. Ahora bien, ¿cómo es la pasión? Es irrefrenable, como asegura el discurso publicitario. O, como se canta en las tribunas, “es un sentimiento / no puedo parar”. Y además es una pasión de multitudes, vemos en estos días cómo rápidamente contagia a millones, aun a quienes no entienden nada de fútbol. Como la hinchada, está descontrolada. Todos estos adjetivos remiten, quizás sin conocerla, a la etimología de esta palabra tan en boga. “Pasión” proviene del latín “passio”, que deriva a su vez del griego “páthos”, y significa “sufrir”, “padecer”. De acuerdo a esta definición, quien experimenta la pasión, la padece. Y por supuesto, puede disfrutar padeciéndola. Pero la Real Academia Española entrega una acepción todavía más concluyente: “pasión” es “lo contrario a la acción, el estado pasivo en el sujeto”. Es decir, la pasión está, por definición, fuera de control. Es algo que viene de afuera y actúa sobre nosotros, nos subyuga, es más fuerte que nosotros. La sentimos, puede ser el sentimiento más maravilloso, pero también puede enajenarnos. Como la describió el psicoanalista y escritor Gabriel Rolón, “con un pie en la vereda del deseo y el otro en el dolor”, la pasión es “esa fuerza desbordante que nos atraviesa más allá de toda voluntad consciente. Raro artilugio del lenguaje para recordarnos que, de un lado o del otro, siempre habrá algo que no podremos controlar”. Porque, claro, la pasión tiene su lado oscuro. La embriaguez de las emociones nos puede hacer caminar por la angosta cornisa entre el placer y el dolor, y si damos un paso en falso afloran los celos, la posesión, la violencia, y la pasión nos empuja entonces hacia el terreno de lo patológico. Aun sin llegar a los extremos de la tragedia o la felicidad absoluta, la emotividad que pone en acto la pasión es pendular, cambiante como un partido de fútbol. Del amor al odio, suele decirse, hay un paso. Los goleadores lo saben de sobra: los aman si meten la pelota en el arco, si erran los insultan. Desde el psicoanálisis, Freud aporta un enfoque fundamental para comprender los resortes más profundos de pasiones como la que vivimos por estos días. Decía el vienés que las pasiones se sufren porque vehiculizan los deseos infantiles, tanto los que buscan satisfacción a toda costa como aquellos anhelos que se han visto frustrados. Efectivamente, en cada hincha de fútbol hay un futbolista que no fue, y que articula su pasión en torno a ese sueño trunco. Jacques Lacan, por su parte, enumeró entre las pasiones fundamentales no dos, sino tres: el amor, el odio y la ignorancia. En efecto, en cada hincha de fútbol hay un director técnico, que habla sin saber y alrededor de esa debilidad también construye una forma de la pasión. Volviendo al punto de partida, a la idea del apasionamiento por alguien o algo como un quiebre del tiempo planificado, la verdad es que lo que tenemos por delante es, en cierto modo, una pasión programada, no espontánea. Hay un fixture, fechas predeterminadas hace meses y muchas reglas. Por lo pronto, un periodo concreto de 90 minutos durante los cuales desatar la pasión. Sabemos, sin embargo, que cuando la pelota ruede, todo lo demás, el mundo, dejará de girar, se instalará ese presente continuo, hecho de una cadena de instantes, y la pasión será todo lo genuina que puede ser. Un partido de fútbol, y ni hablar en un Mundial, es un momento de desmesura permitida. Hay reminiscencias de ese apetito irascible del que hablaba Santo Tomás, porque después de todo es un simulacro de batalla, la victoria de unos será la derrota de otros, la felicidad de éstos será la congoja de aquéllos. Hay, por definición, un componente negativo en este tipo de pasión: unos ganan, otros pierden. Pero como lo importante es competir, es dable pensar que se puede permanecer en esa región de la pasión donde todo es alegría. Más cuando lo que la despierta es un acontecimiento planetario, al que nadie es ajeno y fácilmente se puede, por lo tanto, compartir. Válvula de escape, hecho recreativo y al mismo tiempo cargado de múltiples significados, motorizador de deseos y esperanzas colectivas, el Mundial de fútbol tiene esa consecuencia igualadora que caracteriza a la fiesta, ese no lugar donde, como canta Serrat, “el prohombre y el villano bailan y se dan la mano”. En efecto, en esta fiesta única, nos abrazaremos con el de al lado, aunque sea un desconocido, con el disfrute compartido de gritar un gol, sabiendo que, después de todo, no queda otra que padecer, que al fin y al cabo de eso se trata la pasión. Virginia Poblet. Es un sentimiento, no puedo parar. Revista Conexión Andrómaco N° 44, 8 - 11 (2022) Los artículos aquí publicados están destinados exclusivamente a profesionales de la salud y tienen solo un fin informativo. 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