Por las rutas Los caminos de Andrómaco: edificando el futuro Reproducir nota De Barcelona a Buenos Aires, de Balvanera a San Telmo pasando por Boedo, el derrotero edilicio de Laboratorios Andrómaco en Argentina acompañó su crecimiento como empresa. A través del océano, los primeros frascos de Glefina, el recordado tónico elaborado a base de aceite de hígado de bacalao, arribaron en la bodega de un transatlántico. Y comenzaron a comercializarse de inmediato. La efigie del emperador romano en tiempos de Andrómaco, médico cretense, rodeada de hojas de laurel, imaginada para sus especialidades medicinales por dos amigos catalanes, Raúl Roviralta Astoul y Fernando Rubió i Tudurí, se instalaba definitivamente en la Argentina. De uno a otro continente, el sueño de Laboratorios Andrómaco ya había viajado de Barcelona a Buenos Aires. Ahora empezaba su peregrinaje porteño. A lo largo de 95 años, es posible documentar la expansión de Andrómaco a través de su derrotero edilicio, de Balvanera a Boedo y de ahí a su definitiva y ya histórica sede en San Telmo. De hecho, las primeras botellitas de Glefina se vendían en el local del distribuidor E. Vaucheret, en Pueyrredón al 1200, pero el éxito inicial de aquel tónico impulsó, ya en julio de 1927, el establecimiento de la primera planta de fabricación local, que también fue la primera en Latinoamérica. Las modestas instalaciones, con máquinas de bronce traídas de España, se abrieron en un edificio de la calle Pasco 66, que aun sigue en pie, entre Rivadavia e Hipólito Yrigoyen. En carta a Barcelona, Raúl Roviralta Astoul describía el Laboratorio, “flamante, pues tiene pocos días de instalado… no puede pedirse cosa más limpia, ordenada, buen gusto, batas blancas inmaculadas”. Muy pronto, sin embargo, el crecimiento de la empresa pondría en evidencia la necesidad de ampliar la fábrica. Para entonces, además de las sucursales en Barcelona, Madrid y Buenos Aires, Andrómaco había abierto otra en Montevideo y tenía agentes comerciales en Lisboa, La Habana y México. La primera mudanza fue en 1932, de Balvanera a Boedo. El predio de la calle Carlos Calvo 3239 disponía de dos plantas. Allí se produjo el despegue de la compañía. En la siguiente década, Andrómaco lanzaría al mercado los antitusivos LASA y Codelasa, los tónicos Kusuk y Salve, y la formulación tópica que convertiría al Laboratorio en sinónimo de cuidado de la piel, Hipoglós. A fines de los años ’30, los socios decidieron seguir caminos separados, y Raúl Roviralta Astoul se quedó con el Hemisferio Sur. Vale entonces agregar a este recorrido edilicio, antes de pasar a la siguiente y última mudanza, la planta brasileña de Andrómaco, que ya empezaba a erigirse como la cabeza tecnológica del grupo, en la Rua da Independencia 706, en el tradicional barrio paulista de Cambuci. En Buenos Aires, el 21 de junio de 1941, el Laboratorio llegaría a su hogar definitivo, en Ingeniero Huergo 1145, frente al Dique I de Puerto Madero. Fue una apuesta a futuro, un lugar con sólidos cimientos sobre el cual seguir edificando. Diseñado por el arquitecto estadounidense Thomas Louis Newbery, el inmueble había albergado desde 1927 las pesadas imprentas de la Editorial de Publicaciones Simultáneas, y ya en sus planos originales preveía la posibilidad de construir sobre las dos plantas existentes, emplazadas sobre un lote cuadrado de 784 m2. A inicios de los años ’40, las ventas anuales de los tónicos reconstituyentes, expectorantes y otros productos de Andrómaco superaban las 400 mil unidades. Y se produjo, en consecuencia, la primera ampliación de la sede de Huergo: en 1945, con el segundo piso, el Laboratorio sumó un total de 1800 m2 cubiertos. Para finales de esa década de crecimiento ininterrumpido, el portfolio de Andrómaco contaba con casi 60 marcas en cien presentaciones distintas –a las que se había agregado el antimicótico Piocidex, luego Piecidex– y acumulaba ventas por casi dos millones y medio de unidades al año. El suceso de productos como Codelasa e Hipoglós acompañó la expansión. En los años ’50, la planta sumó ampliaciones, pero pronto quedó claro que debía crecer hacia los costados. El de Humberto Primo, esquina Huergo, fue el primer edificio lindero adquirido por Andrómaco, dos plantas de 625 m2 cada una que, en septiembre de 1965, sumaron un 50% de superficie a la sede de San Telmo. En simultáneo, todo ese nuevo espacio fue llenándose de nuevo equipamiento: maquinaria para envasado y estuchado de productos semisólidos, para compresión de tabletas y hasta el gran reactor adquirido en 1968 e instalado en el tercer piso para la producción de Hipoglós pomada, consolidada en esa década como la marca fuerte del Laboratorio. Ha habido desde entonces nuevas construcciones y la mudanza de ciertos procesos estratégicos, como Androquímica, la planta industrial de síntesis química que funcionó en San Luis desde fines de los ’80 hasta 2017, o la adquisición, en 2004, de un sector de la ex planta de Suchard, en Avenida Rabanal 3220, en Villa Soldati, 3500 m2 acondicionados como centro logístico. Pero el pulso vital de Laboratorios Andrómaco continúa, al cabo de casi un siglo de historia porteña, en el barrio de San Telmo. En su antiquísima Parroquia de San Pedro González Telmo, Andrómaco acerca a la comunidad, desde 2012, el Concierto de Adviento, en las vísperas de la Navidad, con el objetivo de compartir un hecho de calidad artística que apunte al bienestar integral de las personas y en agradecimiento por los dones recibidos a lo largo de 80 años de vecindad. En ocasión de las celebraciones por el 95 Aniversario del Laboratorio, su actual presidente Roberto Brea y su antecesor, Pablo Roviralta, participaron junto al Párroco de una ceremonia por el emplazamiento de la placa que da cuenta de la gratitud de Laboratorios Andrómaco al patrono de los navegantes, San Pedro González Telmo. De una costa a otra, de uno a otro barrio porteño, las personas y también las empresas buscan – y encuentran – su lugar en el mundo. Galería de fotos