Reflexiones

Acompañar a los mayores

Honrar la vida

Honrar la vida

Aceptar el paso del tiempo, mantener el espíritu joven y a la vez adaptarse y aprender a sobrellevar los lógicos achaques de un cuerpo que ha vivido mucho, son las herramientas básicas para disfrutar la tercera edad en plenitud.

 

El fenómeno de la longevidad es bastante reciente. Unas décadas atrás eran muy pocas las personas que rondaban los 80 años, hoy son cada vez más quienes atraviesan esa edad con hidalguía. Además de extenderse la expectativa de vida, los adultos mayores van ganando terreno. La Organización Mundial de la Salud (OMS) manifiesta que “la población mundial está envejeciendo a pasos acelerados” y estima que entre 2000 y 2050 la proporción de los habitantes del planeta mayores de 60 años pasará de 605 millones a 2.000 millones de personas. Si bien el crecimiento del promedio de edad de la población se debe en gran parte a una baja de la natalidad, también es cierto que vivimos más tiempo, entonces, ¿qué mejor que agradecer y disfrutar esos años adicionales al que muy pocos de nuestros ancestros lograron llegar?

Una vejez normal

Hace unos años, se relacionaba a la tercera edad con medicamentos, se ponía el eje en el deterioro que ocasiona en la salud el paso del tiempo, como si fuera lo esencial de este tramo de la vida. Ese paradigma cambió.

Vejez no es sinónimo de enfermedad, es cierto que las capacidades físicas o mentales pueden sufrir ciertos achaques, pero es cuestión de asumirlos y cuidarse. En su libro “Hacia un buen envejecer”, la Dra. Graciela Zarebski, directora de las carreras de grado y posgrado de Gerontología de la Universidad Maimónides, habla de “vejez normal”, sin eufemismos, y propone una visión realista:

“Un viejo normal no es necesariamente un viejo sano. Es un viejo que está en condiciones de hacerse cargo de su salud y su enfermedad. A pesar de sus patologías, sus funciones no están impedidas. Lo crucial para un buen envejecer, consiste en poder sobrellevar la discordancia entre lo que se es y lo que se parece. Poder aceptar que uno se siente joven pero que el cuerpo envejece. Si no fuera por esa discordancia, uno se olvidaría de la finitud”.

Es paradójico que en la sociedad actual, donde el crecimiento demográfico de los adultos mayores aumenta a un ritmo acelerado, se pontifique a la juventud y se relegue a los más grandes. Sería interesante tomar conciencia que todos en algún momento de nuestras vidas no podremos hacer la vertical o correr para alcanzar al colectivo. Lo primordial, según Zarebski, es darse cuenta de que el desgaste natural del cuerpo se produce poco a poco, que la tercera edad no aparece de manera repentina cual hechizo de bruja malvada. “Los que estamos en el campo de la ciencia del envejecimiento nos ocupamos de que la gente tome conciencia lo antes posible que lo mejor que le puede pasar a las personas es envejecer y llegar bien, porque lo contrario es no llegar a la vejez, o llegar mal. Para eso hay que asumir los deterioros cuando uno se va dando cuenta. Adaptarse a esto no significa someterse a los cambios, si no ver qué recursos tengo para hacer los cambios que se requieren frente a esto”.

Factores protectores

Una buena vejez depende de lo que se hizo y se hace en la vida. Para ello la receta es simple, aunque no siempre se cumpla: realizar actividad física, comer sano, hacer cursos, incentivar los intereses, recrearse. En este punto son los hombres quienes, por cuestiones socioculturales, suelen llevar las de perder. Educados para trabajar, cuando llega la jubilación no saben qué hacer con su tiempo libre y muchos se encierran y se deprimen acelerando un deterioro que podrían evitar. “Uno de los factores protectores para un buen envejecimiento es que desde jóvenes vayamos diversificando nuestras redes de apoyo, nuestras actividades e intereses. Si aprendemos que el trabajo o el vínculo con determinada persona no es todo, que debemos diversificar nuestros intereses, entenderemos que cuando perdemos un punto de apoyo importante vamos a tener que elaborar ese duelo, pero también hay una oportunidad de compensar pérdidas buscando nuevos rumbos. Es la condición fundamental de un buen envejecimiento: la flexibilidad de estar abierto al cambio”, reflexiona Zarebski. Encontrarse con amigos o formar nuevos grupos, hacer talleres de pintura, literatura, teatro o idiomas, jugar al ajedrez, pintar mandalas, hacer taichi o ejercicios para la memoria, existen centros culturales e incluso municipios que brindan muchísimas ofertas para aprender algo nuevo o profundizar algún saber y armar nuevas redes sociales. Lo esencial es no encerrarse y quedarse solo, porque ahí viene el enojo, la depresión y el deterioro cognitivo.

Bien acompañados

Llega un momento en que resulta difícil hacer todas las tareas del hogar, realizar trámites e incluso a veces son necesarios ciertos cuidados físicos extras. Ya no se puede hacer todo solo. Hay personas que pueden contratar a alguien para que realice los quehaceres necesarios, otros deberán mudarse con un hijo o familiar, y los menos, los que tienen muchos problemas de salud, irán quizás a ungeriátrico. Que quede claro: la mayoría de las personas transitan la tercera edad sin grandes contratiempos. Un estudio de Flacso reveló que en la Argentina apenas un 2% de los adultos mayores viven en un asilo y aproximadamente un 5% precisa alguna forma de acompañamiento domiciliario. Pero hay una tercera modalidad, el cohousing. Bastante habitual en Estados Unidos, un poco más reciente en Europa e incipiente en la Argentina, se trata de amigos o pares que se unen, inivierten y planifican vivir juntos en la vejez. Este fenómeno se vio reflejado en la película francesa “Et si on vivait tous ensemble?” (¿Y si vivimos todos juntos?), en la que un grupo de amigos de tercera edad deciden vivir todos juntos y ayudarse entre sí. “El aumento de la esperanza de vida y la mejora de la calidad de vida de las personas mayores fue impulsando la creación de espacios para vivir más originales y es una alternativa de habitabilidad que escapa al binomio histórico de vivir con la familia o en una residencia geriátrica”, explica en un artículo de la agencia Télam Ricardo Iacub, psicogerontólogo y responsable de la cátedra de la Tercera Edad de la facultad de Psicología de la UBA. En nuestro país existen algunos emprendimientos que son pequeños departamentos con espacios comunes donde se hacen actividades, y también proyectos colectivos privados de amigos y conocidos que deciden aportar para formar una pequeña comunidad. Para Iacub esto es “un reflejo de la diversidad de vejeces y necesidades en esta etapa de la vida.” Lo fundamental es tomar conciencia de lo importante que es cuidarse y quererse, sociabilizar entre pares y procurar disfrutar todos los años de la vida.

MIS PADRES ENVEJECEN
Quienes atraviesan la tercera edad suelen tener hijos que tienen entre 45 y 50 años, personas que están en la segunda edad y comienzan a tomar conciencia del propio envejecimiento –con la aparición de canas, de arrugas y algún que otro dolor-, además de observar la vejez de sus padres. ¿Cómo ayudar a nuestros padres envejecidos sin dejar de lado la propia vida? “Hay un viejo paradigma que dice que a los padres se les debe abnegación, pero no nos dicen hasta dónde. Los padres tampoco saben bien qué pasa durante el proceso de envejecimiento y recurren a los hijos para que los auxilien sin darse cuenta de que ellos también tienen que resolver sus propias cuestiones. Debe haber un equilibrio: hacerse cargo sin dejar de respetar los espacios propios. Hay que olvidarse de la culpa porque lo único que genera es energía negativa y no le sirve a nadie. En todo caso, se deben asumir los cuidados con autonomía y, con tranquilidad, explicar a los padres que demandan que uno tiene cosas que hacer”, reflexiona Elia Toppelberg, psicóloga especializada en longevidad, autora de los libros “Mi madre envejece, ¿qué hago?” y “Mi padre envejece, ¿qué hago?”. 
EL CUIDADO DE LA PIEL CON EL PASO DEL TIEMPO
Con el paso del tiempo se incrementa el riesgo de que se produzcan lesiones en la piel, ya que se vuelve más delgada, más frágil y pierde la capa protectora de grasa. La Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos señala que más del 90% de los adultos mayores tiene algún tipo de trastorno en la piel. Al ser tan comunes, muchas veces resulta difícil diferenciar los cambios normales de la piel de los que están relacionados con una enfermedad y, a su vez, son varias las afecciones que le causan trastornos. A saber: diabetes, cardiopatía, arterioesclerosis, problemas hepáticos, nutricionales, estrés y reacciones a medicamentos. Pero también existen factores externos como alergias, el clima, la calefacción de la casa, la ropa o determinados productos de limpieza.
La mayoría de los cambios en la piel están relacionados con la exposición excesiva y sin protección a los rayos solares. A este hábito se lo vincula con las lesiones precancerígenas, queratosis actínicas, el melanoma y el carcinoma escamocelular. Sin llegar a tales extremos, la luz solar también puede causar pérdida de elasticidad, queratoacantomas, engrosamiento y cambios en el pigmento. Estas afecciones pueden prevenirse siguiendo pautas que proporcionen una adecuada protección y realizando controles anuales dermatológicos. Si la piel presenta lesiones, en la actualidad existen tratamientos eficaces y sencillos de cumplir que permiten mejorar la calidad de vida de las personas mayores