Reflexiones

La amistad es salud

La amistad es salud
La amistad se siente en el cuerpo y en el espíritu, se forja desde temprana edad y el camino del aprendizaje y la experiencia logra que las raíces se fortalezcan y los sentimientos maduren.

Todos, al encontrarnos con un amigo, sentimos un inmediato bienestar. Nos reconforta que acuda a consolarnos ante una circunstancia difícil. Esa percepción física y mental ha sido estudiada y avalada por la ciencia: la buena compañía hace la vida más saludable.

Ya sea para compartir una alegría, procurar consuelo, ayudar o simplemente pasar un momento grato, los amigos son fundamentales para disfrutar, reflexionar y sentirse querido. A pesar de ser una palabra habitual de nuestro léxico –basta pronunciarla para saber de qué se está hablando-, la amistad es un vocablo que abarca tantos sentimientos de diferentes matices y profundidades que, como el amor, se hace difícil describirlo. La Real Academia Española la explica como un “afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”. Si bien es una definición erudita y precisa, compete a emociones tan complejas que deja sabor a poco. Al respecto, el psiquiatra Enrique Rojas, director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas de Madrid y autor de Amigos, adiós a la soledad, reflexiona: “Es apasionante adentrarse en la idea de lo que es la amistad. Existe una auténtica selva del lenguaje afectivo que da lugar a una tupida red de significados donde la imprecisión está a la orden del día, pues la vida y milagros de las emociones cobran alcances y acepciones bien distintas”.

Hay amigos del alma, del colegio, del trabajo, del barrio. ¿Cómo se forman estos vínculos? ¿Por qué los sabemos tan importantes desde siempre si ni siquiera podemos expresarlos con exactitud? La amistad se siente en el cuerpo y en el espíritu, se forja desde temprana edad y el camino del aprendizaje y la experiencia logra que las raíces se fortalezcan y los sentimientos maduren.

PRIMEROS PASOS

En los estudios de psicología infantil se destaca que con la amistad entre pares los niños cultivan la cooperación y la comunicación, se sienten valorados y aprenden a relacionarse fuera del ámbito familiar, tanto a encontrar empatía como a resolver conflictos. Cuando estos lazos no existen o se rompen, eso afecta al desarrollo afectivo de la persona en cuestión y puede generarle un rechazo o aislamiento social muy doloroso y difícil (pero no imposible) de revertir. A medida que crecen, los chicos van profundizando el valor del vínculo. Los pequeños de entre 5 y 7 años definen a los amigos como aquellos que son divertidos, agradables o prestan sus juguetes. Eligen con quiénes estar, pero esa relación es momentánea. Luego, entre los 8 y 10 años, adquieren mayor capacidad para entender la relación más en abstracto, como cuidar o atender a otra persona, y más adelante pueden verla como una relación que persistirá través del tiempo. Aunque los pequeños se dan cuenta de la importancia del aprecio mutuo entre amigos, solo al final de la infancia y en la adolescencia se convierten en esenciales cualidades como la lealtad y la intimidad.

Podría decirse que los amigos funcionan como analgésico, ya que la percepción del dolor disminuye con una grata y querida compañía. A su lado, uno se distiende, relaja las antenas y sensores que alertan para no sufrir algún traspié. Por algo los especialistas en medicina del estrés aconsejan encontrarse con amigos una vez por semana.

EN CRECIMIENTO

Esa etapa de cambio, alrededor de los 10 años, fue el eje de un estudio de la Sociedad para la Investigación del Desarrollo del Niño y la Universidad Radboud, de Nijmegen (Holanda), publicado en la revista Child Development. Durante cuatro años, cien chicos de esa edad fueron evaluados por el equipo científico en sus respectivas instituciones educativas. Se concluyó que aquellos niños que eran rechazados tenían altos niveles de cortisol (la hormona del estrés), incluso más altos que quienes sufrían agresiones; pero si los rechazados por algunos compañeros tenían amigos, su nivel de cortisol descendía en presencia de ellos. Los resultados muestran que aunque los amigos no eliminan completamente el estrés de la escuela, sí lo reducen.

Sin dudas, la adolescencia supone el auge de la amistad. En esta etapa de crisis en la que el niño está mutando hacia el adulto es cuando más se busca a los pares para identificarse, conocer nuevos caminos y abrir juntos la puerta a un mundo repleto de expectativas y temores. De esta época suelen quedar los amigos íntimos que nos acompañarán el resto de nuestros días.

PROGRESO ALTRUISTA
La empatía que luego devino en amistad fue un factor fundamental para que nos transformemos en los seres humanos que somos hoy. “Estudios muy complejos llevados a cabo por evolucionistas en la década del ‘60 demostraron que la ‘aptitud inclusiva’ fue un elemento crucial para el desarrollo de la raza humana. Siempre pensamos en la ‘supervivencia del más apto’ como un elemento fundamental para nuestro desarrollo, pero esas investigaciones mostraron que, además, ser capaz de reconocernos como pares y la colaboración altruista fueron determinantes para que progresáramos. La capacidad de hacer amigos pareciera ser una condición esencial en todas las especies, pero alcanzó su punto máximo en la raza humana. Otras especies se reúnen solo alrededor del alimento, por las oportunidades de reproducción y por la protección mutua. En el ser humano esta capacidad alcanza su punto máximo en el hecho de reunirnos por cuestiones meramente recreativas, sólo por el hecho de estar juntos. Cada domingo que nos juntamos alrededor del fuego del asado no estamos inventando nada, sino recreando un ritual milenario”, explica Cetkovich-Bakmas, de INECO.

ADULTOS SANOS

Todo aquel que se junta con uno o varios amigos siente que las tensiones se aflojan, que aparecen la alegría, la sonrisa y el relax. “La amistad es contención, comprensión, lealtad, libertad y sobre todo aceptación. Un amigo es alguien que te acepta tal como sos, frente a él se pierde la vergüenza, se comparten situaciones complejas, dolorosas y te hace sentir querido, algo fundamental para mantenerse saludable”, dice el doctor en psicología social Horacio Serebrinsky, director de la Escuela Sistémica Argentina.

Un ambiente estimulante contribuye a nuestro desarrollo. Rodearnos de pares que reconocemos como amigos, es una de las formas de alimentar nuestro espíritu, de alentarlo. “Cuando nos reunimos con amigos solemos utilizar ese momento para, entre otras cosas, recordar o hacer planes. El hecho de traer a colación viejos recuerdos implica poner en juego complejos circuitos cerebrales involucrados en la rememoración, lo que los fortalece. Sin embargo, sabemos que los recuerdos no son inmutables; cada vez que son traídos a la conciencia, se tornan inestables y se pueden modificar. Por eso lo que recordamos no es lo que pasó, si no lo que guardamos la última vez que lo recordamos. Hacer planes, que es la otra cosa que hacemos con amigos, implica establecer un objetivo y diseñar una serie de conductas y pasos complejos que nos llevaran a la obtención del mismo. Este es un ejercicio cognitivo formidable, que implica un gran ejercicio cerebral”, sostiene el doctor Marcelo Cetkovich-Bakmas, jefe del Departamento Psiquiátrico del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO).

Así como los niveles de cortisol bajan cuando estamos bien acompañados, otra hormona se estimula. “La oxitocina, u hormona de los afectos, es la que pone en juego los mecanismos del parto y la lactancia. Esta conducta propia de los mamíferos requiere de un vínculo persistente que no se da en otros vertebrados, de allí que aparezcan conductas altruistas particulares. Y la oxitocina cumple un rol fundamental. Cada vez que una madre ve a su hijo segrega oxitocina y esto va dejando trazas neurales imborrables que tornan a ese circuito especial. Esta hormona entra en juego en todas aquellas condiciones en las cuales se establecen vínculos entre dos personas, como el enamoramiento. La oxitocina modula las respuestas sociales y estaría involucrada en complejos circuitos, que incluyen al lóbulo frontal, indispensables para la conducta social”, explica Cetkovich-Bakmas.

Podría decirse que los amigos funcionan como analgésico, ya que la percepción del dolor disminuye con una grata y querida compañía. A su lado, uno se distiende, relaja las antenas y sensores que alertan para no sufrir algún traspié. Por algo los especialistas en medicina del estrés aconsejan encontrarse con amigos una vez por semana.

SIEMPRE ACOMPAÑADOS

En la tercera edad se producen varios cimbronazos: el cuerpo ya no responde igual, la esperada jubilación produce un cambio de hábito clave: ya no se va a trabajar y por lo tanto se deja de ver a diario a aquellos compañeros. Los hijos están grandes, los nietos crecen, muchos amigos ya no están, ¿cómo sobrevivir a tamaña catástrofe? “Es muy importante estar abierto al cambio, ser flexible, saber que aunque uno atraviesa duelos siempre está la posibilidad de hacer nuevos amigos, procurar ocupaciones creativas, formar nuevos grupos. Los vínculos sociales se fortalecen cuando se realizan actividades interesantes y a su vez esto favorece el aspecto cognitivo, la plasticidad neuronal, todo se renueva. Además, es importante confrontar, ver cómo otros resolvieron problemas o situaciones similares a las que uno está atravesando”, explica la doctora en psicología Graciela Zarebski, directora de la carrera de Gerontología de la Universidad Maimónides. Por el contrario, si la persona se encierra en la queja, se aburre, se aísla, esta actitud emocional produce patologías orgánicas. Y si queda alguna duda al respecto, otra investigación publicada en la revista Journal of Epidemiology and Community Health lo confirma. Luego de estudiar a 1500 personas por diez años, científicos australianos llegaron a la conclusión de que la gente con un círculo amplio de amigos reducen en un 22% el riesgo de fallecer.

En todas las etapas de la vida, los amigos son una fuente de reconocimiento, valoran lo que se aporta, son personas dispuestas a dar lo mejor de sí a otra. Tener amigos alarga la buena vida.


Editorial Conexión; La amistad es salud Revista Conexión Andrómaco N°25; 10-13; (2014)

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