Hace 14 años que el Hospital Austral, la
Facultad de Ciencias Biomédicas de la
Universidad Austral y Laboratorios Andrómaco
viajan hacia los Valles Calchaquíes para
brindar atención médica y talleres de
prevención para la salud. Así, año tras año
se refuerzan los hábitos saludables y crece
la confianza y los lazos entre pobladores y
especialistas.
Por protocolos de pandemia no hemos podido imprimir este ejemplar. Adjuntamos una versión digital para su lectura.
El paisaje es un deleite visual. Sobre el cielo celeste
se recortan cerros de colores y sobre sus pies se
encuentra Molinos, una localidad baja y pequeña
con edificaciones coloniales, centro neurálgico de
pueblitos y parajes con casas de adobe y techos de tierra
diseminados en la inmensidad. A poco más de 2000 m sobre
el nivel del mar reinan los cardones, el aire seco y, sobre
todo, el sol.
En esta zona donde la sombra no abunda y la amplitud térmica
es grande se registra uno de los índices de mayor radiación
ultravioleta del país. Como la vida se desarrolla al
aire libre y los viajes se hacen a pie, las pieles se resecan y
resquebrajan, se queman, arden, se enferman. Pero gracias
al entusiasmo y la perseverancia de un grupo de médicos
que año tras año viaja desde Buenos Aires, los habitantes
de este bello lugar registran cada vez menos dolencias.
Un largo recorrido
Hace 14 años que el Hospital Austral, en forma conjunta con
la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral
y Laboratorios Andrómaco asiste a la localidad de Molinos
y pueblos aledaños, todos en pleno valle calchaquí, para
brindar atención médica gratuita y talleres de prevención y
educación para la salud a sus pobladores.
Este viaje sanitario, que forma parte de la residencia de Dermatología
del HUA, comenzó en mayo de 2005 de la mano
del entonces Jefe de Dermatología del Hospital Austral, el Dr.
Raúl Valdez. “La idea de los viajes se gestó en pleno tránsito.
Mi hijo Pedro, en ese momento estudiante de medicina,
había ido con un grupo misionero con los padres Agustinos a
la zona de Molinos, Santa María y Cafayate. Allí se contactó
con el director del Hospital de Santa María quien le comentó
que había muchos enfermos de piel pero pocos dermatólogos.
Me lo contó en el auto, era mayo de 2005, quise organizarlo
para el año siguiente, pero no me dio tiempo, había
prometido mi presencia para dentro de unos meses. Me contacté
con Andrómaco que aceptó la propuesta enseguida. Y
así fue como el 21 de septiembre de ese año nos encontramos
trabajando en el Hospital Vargas de Santa María, una
ciudad catamarqueña de 20.000 habitantes. Notamos que la gente venía de Molinos y pueblos aledaños para atenderse,
así que decidimos trasladarnos nosotros en vez de los
pacientes y que el Hospital de Molinos fuera nuestra base”.
Esa primera vez fueron dermatólogos, unos pocos residentes
y dos alumnos. Desde entonces los vínculos, al principio
con mucha timidez y cierta desconfianza se fueron afianzando
y las bienvenidas se volvieron cálidas y esperadas. En
2019, el equipo estuvo integrado por siete dermatólogos,
dos especialistas de diagnóstico por imágenes, un ginecólogo
y, por primera vez, un agente de propaganda médica
de Andrómaco.
Con casi una década de experiencia en estos viajes, hoy
quien está a cargo de la organización es la Dra. Clara de
Diego. “A esta altura formamos un lindo vínculo con los médicos
y los agentes sanitarios, tanto de Molinos como de los
diferentes parajes que vamos. También con los pacientes
logramos tener un seguimiento adecuado con sus historias
clínicas. Si bien vamos una vez al año, si hay algún inconveniente
de salud, los médicos o los agentes sanitarios nos
consultan a través de fotos, llamados y whatsapp”, cuenta
de Diego.
Cuando el grupo de médicos llega a Molinos desde Buenos
Aires ya hay muchos pacientes esperándolos en el Hospital
Fernández. Es que una semana antes la radio local anuncia
la llegada, brinda los horarios de atención e invita a la población
a sacar turno para las consultas.
Como el tiempo es poco, el trabajo es mucho y las extensiones
son grandes, el equipo de especialistas divide su labor.
Un grupo atiende a diario en el Hospital Fernández, mientras
cada día dos médicos se dirigen hacia un pueblo o paraje
y otros dos hacia otro destino. En algunos de esos lugares
recónditos no hay profesionales médicos, hay, a lo sumo, un
enfermero que trata todas las dolencias. Así, a algunos les
toca atender en un aula de un colegio-albergue, sentados
en un banco de escuela, y a otros en una salita de primeros
auxilios.
El foco en la prevención
Por el tipo de pigmentación de la población, la fuerte radiación
ultravioleta no genera muchos casos de cáncer de piel.
“Vemos sobre todo casos de melasma, prurigo actínico y
rosácea, enfermedades comunes que se exacerban con la
exposición ya que, además de la radiación, el ambiente es
muy árido, seco y ventoso, entonces la piel se reseca mucho
más y se vuelve más sensible, sobre todo porque se dedican
a la agricultura y la ganadería, todos trabajos al aire libre”,
explica la doctora. Estas circunstancias hacen que las cremas
y los protectores solares sean imprescindibles, pero allí
la oferta de estos productos es escasa y el poder adquisitivo
de sus habitantes, también. En los Valles es tristemente
habitual ver niños y adolescentes de talla pequeña debido
a la falta de recursos para mantener una nutrición adecuada.
Son pocos los que tienen trabajo en alguna bodega y
todos se las arreglan para alimentarse con sus huertas y sus
pocos animales. Por eso, los pacientes reciben con infinita
gratitud la crema o el protector que les brinda el especialista
y se las arreglan para dosificar su uso para que les alcance
lo máximo posible.
DE ENSEÑAR Y APRENDER
Aprendizaje, entrega y solidaridad son las bases que año
tras año fortalecen estos viajes sanitarios. Cada equipo
que participa cuenta con profesionales que ya han ido a
Molinos varias veces y, por lo tanto, han formado vínculos,
la comunicación fluye y conocen los materiales con
los que cuentan y las falencias que se presentan. Pero
también en cada equipo se suma al menos un residente
que viaja por primera vez al que los más experimentados
presentan a la comunidad y entrenan en este tipo de
atención con pocos recursos y fuera del espacio habitual.
En 2019 le tocó el turno a Rashid Benítez, que está
cursando el segundo año de residencia en Dermatología.
“Fueron los profesores los que me ofrecieron hacer
el viaje y no lo pensé un minuto, quería hacerlo desde el
momento que me enteré de que existían, siempre tuve el
anhelo de poder ayudar, brindarles un servicio a quienes
más lo necesitan. Aprendí a manejarme en otra realidad,
hablamos el mismo idioma pero nos desenvolvemos con
cuestiones culturales diferentes y con una forma de vida
completamente distinta. Me hizo valorar mucho más los
recursos que tenemos en la ciudad. Además de una gran
formación, me llevo la gratitud de haber aportado mi
ayuda a gente de mi país. Quiero volver, por supuesto”.
Otro que hizo su primera experiencia en los Valles Calchaquíes
fue Francisco Vitale, que cursa el tercer año
de residencia de ginecología y es el segundo de esta
especialidad en realizar el viaje. “Trabajamos de sol a
sol, con sobre turnos. Todas las pacientes estaban muy
agradecidas. Una embarazada me agradeció porque el
último control se lo había hecho hace dos meses con un
médico generalista”, cuenta Vitale, feliz de haber hecho
estas prácticas. “Hasta ese momento yo siempre había
atendido en el Hospital Austral, con toda la tecnología
que tenemos a nuestro alcance. Son pocas las personas
que pueden atenderse con este avance tecnológico, por
eso acepté gustoso la oferta de hacer el viaje sanitario”.
Francisco Vitale atendió dos días completos en el hospital
de Molinos y se trasladó a dos parajes. “En uno de los
pueblitos había un médico generalista que hacía todo:
era oftalmólogo, ginecólogo, otorrino, todo. Una de las
pacientes de allí tenía un embarazo gemelar que, por
sus características, se considera embarazo de riesgo, y
la verdad es que estaba muy bien llevado. Ese médico
tiene toda mi admiración”. Como Rashid, Francisco piensa volver y resume su experiencia
en una frase: “superó todas mis expectativas”.
Además de las consultas médicas, estas visitas anuales se
acompañan con talleres de educación y prevención para la
salud que se dictan en jardines de infantes, escuelas primarias
y secundarias. Antes de los viajes, el equipo hace
reuniones de preparación y a la vuelta, de evaluación. Como
con atención al paciente no alcanza, la tarea se divide en un
30% de asistencia y un 70% de capacitación. Para reforzar
los talleres, la radio se ocupa de difundir los efectos nocivos
de los rayos ultravioletas, brinda consejos de protección solar
e invita a un par de especialistas para hablar sobre salud.
La última vez estuvieron ante el micrófono el médico ginecólogo
Francisco Vitale y la dermatóloga Agustina Fernández.
“Nosotros no podemos modificar las condiciones de trabajo,
pero sí podemos hacer que tomen recaudos al momento
de estar al sol”, dice de Diego. A los chicos les brindan una
charla, les hacen hacer trabajos didácticos y los nombran
guardianes del sol. “Ya vi crecer a varios guardianes del sol”,
dice la doctora Clara con alegría. Los talleres están dando
sus frutos: las gorras, los sombreros y las mangas largas forman
parte de la vida cotidiana, los colegios ya no imparten
educación física al mediodía e incluso la escuela de Amaicha
techó el gimnasio. Gracias al vínculo gestado y a las
tecnologías que poco a poco van llegando, los adolescentes
están más informados y se animan cada vez más a ir a la
atención médica.
Huellas imborrables
Si bien el Hospital cuenta con aparatología y personal que
sabe usarlo, no hay allí especialista en diagnóstico por imágenes,
por eso los doctores María del Mar Astorga y Joaquín Martínez fueron muy consultados por pacientes, médicos,
enfermeros y agentes sanitarios. Otro de los logros de estas
perseverantes visitas fue que los hombres se sacaran el prejuicio
de que las ecografías eran solo para mujeres.
La continuidad de los viajes sanitarios crea lazos de confianza
y deja huellas profundas de bienestar y agradecimiento.
Hace cinco años que la dermatóloga Solange Golbert asiste
a Molinos y hay pacientes que piden por ella. “Para mí es
un orgullo, vienen a mostrarme los trabajos que hicieron a
partir de mis indicaciones. Muchas mujeres vienen por discromía
(alteración del color de la piel) y una vez atendí a un
chico con prurigo actínico muy severo en las manos, algo
que no vi en la ciudad. Este año me encargué de dirigir
la campaña de prevención. Tratamos de brindarles educación
para que no dependan de los medicamentos que
tanto les cuesta conseguir. Además de impartir consejos
sobre cómo cuidarse frente al sol les explicamos técnicas
de cómo desinfectar las heridas y cómo tratar las picaduras,
por ejemplo. A pesar de ser personas muy tímidas,
son muy receptivas y agradecidas. Hacer estos viajes es
un mimo al alma”. Así también lo entiende la Dra. Clara
de Diego: “me encanta poder aportar algo por fuera de mi
ámbito habitual, poder ayudar a alguien más en mi país. Va
más allá de hacer una visita anual, se trata de sellar ese
vínculo, de abrir la posibilidad de que los médicos tengan
un canal para comunicarse ante cualquier inquietud. Me
motiva mucho seguir participando y lograr que cada vez
vayan más especialistas. Creo que hablo por parte de todo
el grupo: siempre regresamos con ganas de volver y sumar
más profesionales”.