Tan doloroso como necesario, el duelo es un proceso que es preciso atravesar para rearmar la vida.
El duelo es un proceso, un camino que se ha de transitar. Se duela por la pérdida de un ser querido, la
ruptura de una pareja, vender la casa de la infancia,
cualquier vínculo, objeto o cosa que se ha querido
mucho. “No se duela sino aquello que se ha amado”, dice
el psicólogo y escritor Gabriel Rolón, autor del libro El duelo
(editorial Planeta).
La etimología de la palabra duelo proviene del latín: duellum,
que significa batalla, combate, y dolum, dolor. “Podríamos
decir que el duelo es una batalla interna dolorosa que libra
todo aquel que tiene que volver a ponerse de pie después
de una pérdida amada”, dilucida Rolón.
Como todo proceso, lleva tiempo, y también trabajo. “Así
como existe un trabajo de parto, existe un trabajo de duelo. Necesitamos con frecuencia ayuda porque precisamos
hablar de nuestro dolor, necesitamos pasar a palabras lo
que nos está ocurriendo, el miedo, la culpa -de no haber
hecho lo suficiente, lo apropiado, de no haber dicho algo, de
haber dicho algo de lo que nos arrepentimos-, dejar que las
emociones se drenen. Es un proceso como el de una herida
del cuerpo que debe convertirse en cicatriz, necesitamos
la cicatrización de aquello perdido y para ello la palabra es
como un desinfectante y un cicatrizante para una herida física. Lo que hace la palabra es retejer en nuestro cerebro la
figura de aquello que estamos duelando dentro de nuestra
nueva realidad. El duelo necesita ser transitado para que
la persona se recupere a sí misma en plena vida, en vida
plena en esa nueva etapa; necesitamos reconstruir nuestra
identidad de una nueva manera. Un duelo duele. Es necesario atravesar ese dolor para que un día deje de doler”,
explica la psicóloga Virginia Gawel, fundadora y directora
del Centro de Psicología Transpersonal de Buenos Aires.
“Cuando perdimos algo muy amado realmente empezamos a descender a un mundo de dolor, de sufrimiento, de
oscuridad. A ese descenso yo lo llamo Catábasis, palabra
griega que nomina al descenso a los infiernos. En un momento, sin darnos cuenta, nos despertamos una mañana
y ya no nos encontramos llorando. No quiere decir que se
nos haya ido el dolor, pero ya no estamos angustiados todo el tiempo. Un día descubrimos que jugamos con nuestros
hijos, que reímos con amigos. Ese momento lo califiqué
como Anábasis, que es la palabra griega que describe la
salida del infierno. El duelo nos lleva nuevamente al mundo
de la vida, al mundo del deseo, al mundo de los proyectos”
detalla Gabriel Rolón.
Toda esa travesía tiene sus etapas que se van atravesando
con diferentes emociones. Cada persona transita el duelo a
su manera, pero todas las personas pasan por cada una de
las etapas del duelo.
Las cinco fases
La psiquiatra Elizabeth Kübler-Ross, pionera en trabajar y
estudiar sobre duelos, muerte y cuidados paliativos, elaboró una de las teorías psicológicas más renombradas de
esta situación. Las cinco fases del duelo las describió por
primera vez en su libro On death and dying (Sobre la muerte
y el morir), publicado en 1969, basado en la labor que realizó con pacientes terminales en la Universidad de Chicago.
Dichos estadios son la negación, la ira, la negociación, la
depresión y la aceptación, y tienen lugar en mayor o menor grado siempre que sufrimos una pérdida. Aunque estas
instancias suelen acontecer en forma sucesiva, no significa
que sucedan de manera lineal y rígida, incluso es frecuente
que las diferentes etapas se atraviesen varias veces.
Negación
La negación es una reacción que se produce de forma
muy habitual inmediatamente después de que suceda la
pérdida. Con frecuencia viene aparejada a un estado de shock o embotamiento emocional, e incluso cognitivo. “Es
la primera conmoción y necesita ser digerida por nuestro
psiquismo. A veces el shock es tan impactante que puede
haber una anestesia emocional tal que la persona hasta
la puede vivir con culpa: “¿cómo puede ser que no sienta
nada?”, apunta Gawel. También puede manifestarse de un
modo más difuso, como por ejemplo, el no poder asumir la
importancia de la pérdida o su carácter definitivo.
Ira
La negación suele ir transmutando en frustración e impotencia por no poder modificar las consecuencias de la pérdida. Estos sentimientos conllevan al enojo, se busca algo
o a alguien a quien atribuirle la culpa de lo acontecido. “Es
culpa de ese incompetente”, o incluso “si yo hubiera llegado
cinco minutos antes esto no habría pasado”. Se trata de un
intento psicológico natural -aunque infructuoso- que brega
por mantener el contexto y el estado emocional tal cual era
antes de la pérdida.
Negociación
En esta fase la persona que duela tiene la esperanza de influir de algún modo para que las cosas sigan como antes. Es
habitual verlo, por ejemplo, entre quienes creen que podrán
volver con su pareja si cambian el modo de comportarse.
Depresión
Es la etapa en que se comienza a asumir plenamente la
realidad de la pérdida. Esto genera mucha tristeza, angustia, falta de motivación y puede durar un largo tiempo.
Aceptación
Es la fase en la que se comprende de manera cabal que
la pérdida es inevitable, que la muerte es un fenómeno
natural de la vida. “Es duro, pero es así”, “hay que seguir
adelante”, son las frases que suelen decirse en esta etapa.
Prueba de vida
El duelo dura aproximadamente dos años. El primero es el
más difícil, ya que hay que atravesar por primera vez fechas
importantes, cumpleaños, incluso los cambios de estaciones, con la ausencia del ser querido. “Luego de los pasos descriptos por Kügler-Ross hay un punto en que adviene la
aceptación. Llega un momento en que el dolor deja de ser
lacerante y uno puede recordar a esa persona sin que el
dolor nos desgaste. Hay vida después de ese apocalipsis”,
afirma Virginia Gawel.
El proceso, el trabajo de duelo es tan doloroso como profundo y como tal acarrea una enseñanza enorme. “Las pérdidas nos confrontan con que también nosotros nos vamos
a ir. Y esto, si se trabaja, curiosamente puede ser un gran
motor de vida. Reconociendo esto, podemos vivir en plena
presencia.”, apunta Gawel.
UNA TRANSICIÓN MAL ELABORADA |
Ya sea porque la pérdida sucedió de forma repentina, o bien porque se hace muy difícil aceptarla, hay personas que
no logran transitar el duelo o bien, quedan estancadas en una de sus etapas.
“Hay duelos que se procesan con hiperactividad. La persona por miedo a caer en la depresión se atiborra de labores
para patear la angustia hacia adelante. Pero un día se acaba la cancha y uno tiene que llorar lo no llorado”, explica
Virginia Gawel. Sucede, por ejemplo, cuando hay que mantener una casa o cuidar de niños pequeños. “Esa falta
de duelo aparece en forma de lagunas mentales, dolores corporales, distracciones, aumento o pérdida de apetito,
trastorno del sueño. A ese duelo es necesario desfrizarlo y transitarlo”.
“Existen dos grandes amenazas para quien ha perdido algo o alguien que ama: la melancolía y la depresión. Si
el proceso de duelo no se realiza –apunta Gabriel Rolón-, se cae en alguna de estas dos patologías, porque son
enfermedades y hay que tratarlas como tales”.
En estos, como en todos los casos, Gawel sugiere hablar con personas que hayan transitado por una pérdida similar.
“Es muy importante hablar con quienes pasan o hayan pasado por lo mismo que uno está atravesando, resulta más
fácil comprender que es una etapa que se va a terminar aunque por ahora parezca difícil”. Hay que tomarlo muy en
serio y acudir a un terapeuta ya que se trata de salud mental. “Así como necesitamos rehabilitación física cuando nos
fracturamos una pierna, necesitamos rehabilitación emocional ante una pérdida”, grafica Gawel. El trabajo de duelo
consiste en que quien ya no está tenga un lugar en nuestra historia, pero no el lugar lacerante que duele a diario. “Se
trata de re-habilitarse, habilitarse para reír y disfrutar sin culpa aunque el otro ya no está”.
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Virginia Poblet. Permiso para duelar. Revista Conexión Andrómaco N° 43, 8 - 11 (2022)
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